Canciones de sirenas y piratas (Fragmento I)




Dicen que las sirenas son seres malignos y sin alma que utilizan su belleza para cautivar a los hombres. La dulzura de su canto seduce a los marineros. Lo utilizan como una hipnosis. Dicen que tienen una belleza inalcanzable y que cuando un hombre las mira a los ojos es hechizado. Dicen que suelen salir a la superficie cuando se acerca algún navío a entonar sus cantos en lo alto de las rocas, esperando atraer con sus voces celestiales los barcos hacia los arrecifes. Dicen que tienen el corazón de hielo. Dicen  que son incapaces de amar… Eso es lo que dicen…

***

Yo navegaba con mi tripulación rumbo a Inglaterra, de vuelta a casa, orgullosos por haber conseguido un valioso botín que despilfarraríamos en cuanto pisásemos tierra. Nuestra labor era saquear cada barco mercantil que encontrásemos a nuestro paso y gastar todo el oro en alcohol y mujeres al llegar a puerto.

Nos adentramos en la oscuridad de la noche. No se veían la luna ni las estrellas. La tripulación cantaba y brindaba en cubierta. Bailaban de proa a popa. De estribor a babor. Olía a ron y a sal. Yo me sentía satisfecho. Todos adoraban a su capitán. Era una noche de celebración y estábamos llegando a tierra.

Pero, de repente, se desató una terrible tormenta. Todos ocuparon sus posiciones. “¡Arriad las velas!”, gritaban. El barco se movía al son del oleaje. Los rayos caían en picado. Los truenos resonaban por todo el cielo. La lluvia empapaba a mis hombres. La espuma inundaba el suelo. Y, entonces, comenzó a sonar una hermosa melodía. Cánticos inmaculados retumbaban en nuestras cabezas y nos conducían hacia la barandilla. Eran terriblemente dulces y cautivadores. Todos acabamos ensimismados. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba sumido en el oleaje. Intentaba respirar pero no podía. Cogí una bocanada de aire y llené de oxígeno mis pulmones antes de que el mar me engullese. Se ausentó toda esperanza y simplemente me dejé llevar.

Pero sentí que una fuerza tiraba de mí hacia arriba. Abrí los ojos y vi un aura dorada y púrpura y unos enormes ojos de color añil. Y, al instante, todo se oscureció. Desperté bajo la luz del alba en la orilla del mar. Notaba el leve cosquilleo de las olas en los dedos de los pies y al mover la cabeza una punzada de dolor recorrió toda mi espalda. Intenté que mis ojos se fuesen acostumbrando a la luz e intenté incorporarme poco a poco. Vi a varios de mis hombres acostados boca arriba a lo largo de toda la playa. “Gracias a los dioses que están bien” – pensé cuando vi que respiraban.

Acto seguido, miré hacia el mar con urgencia, esperando encontrar mi navío, pero ni rastro de él. Pero vi algo que me asombró encima de unas rocas. Era una hermosa mujer observándome. Me apresuré a nadar en busca de aquella joven que parecía haberse quedado atrapada en aquella roca cuando subió la marea. Pero al llegar allí me fascinó lo que vi. Era una mujer, sin duda la más bella que había visto jamás. Pero tenía medio cuerpo de pez. Había oído hablar de las sirenas, pero nunca había visto una. Sus escamas relucían a la luz del sol. Y sus ojos añiles me embriagaron. Y, de repente, recordé todas aquellas historias que me habían contado acerca de ellas. Me asusté y saqué mi puñal causa de un acto reflejo. Ella no cambió su semblante, parecía no asustarla, siguió ahí, inmóvil. Me acerqué con cuidado y alargué la mano para acariciar su piel pero ella se lanzó al agua, se sumergió poco a poco y se perdió en ella.

Regresé a la orilla donde mis hombres comenzaban a despertar. Todos dieron la misma versión. Voces, agua, infinidad de colores y, después, oscuridad. Mi oficial llegó corriendo, avisándome de que mi barco estaba al otro lado del acantilado. Al llegar allí observamos mi majestuosa embarcación flotando en las aguas sin un solo rasguño, indemne. Milagro. Cuando subimos a bordo encontramos el botín robado hacía algunas horas. Segundo milagro. Mi tripulación volvió a estallar en aullidos de alegría y sacaron de nuevo más barriles de ron. Pero yo no bebí. Yo seguía pensando en aquellos ojos.

Pregunté en cada taberna a la que entramos, a cada marinero que encontraba sobre las sirenas. Todos decían lo mismo. “Criaturas malvadas que seducen a los navegantes para guiarlos a su perdición”.  Mi cabeza admitía aquellas afirmaciones pero mi corazón no lo tenía tan claro. Quería averiguar la verdad, así que me dispuse a ir al arrecife y dejé a mis hombres en el barco a regañadientes.



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1 comentario

  1. ¡Muy fan!
    Ya le he dado a "seguir leyendo". Tch tch, deshonra sobre ti que me estás fastidiando una mañana de estudiJAJAJAJA vale, no me lo creo ni yo.
    ¡Un beso!

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