EL MEJOR REGALO DE NAVIDAD


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Día 20 de Diciembre. Antonio y Marina estaban desesperados tras leer una y otra y otra vez la lista infinita de su hijo Jaime a Papá Noel. Le pedía 30 juguetes diferentes, 10 cuentos, un guiñol, un patinete… No sabían por dónde empezar. Lógicamente, no le podían comprar todo lo que quería, así que ¿qué regalos le gustarían más?

Tras días y días dándole vueltas al asunto y de exponer a su hijo a sutiles interrogatorios, tuvieron una idea. De este modo, llegó el 25 de Diciembre. Amanecía ligeramente cuando Jaime entró eufórico a la habitación de sus padres, despertándoles con saltos en la cama y gritos de emoción. Juntos bajaron las escaleras del enorme chalet en dirección al salón. Estaba concienzudamente decorado con adornos navideños, sin descuidar ningún mínimo detalle.

En una esquina del mismo se encontraba el enorme árbol de navidad, iluminado por todas las luces que de él colgaban. Bajo el mismo, había cantidad de regalos envueltos en papeles brillantes y largos lazos de colores. Jaime comenzó a abrirlos uno por uno con gran entusiasmo. La mayoría de ellos formaban parte de la ansiada lista. Cuando terminó de abrirlos todos, miró perplejo a sus padres y comentó:

-¿Y ya está? Papá Noel no me ha traído todo lo que yo quería -dijo cabizbajo.
-Aún falta algo – añadió su madre con una pícara sonrisa.

Entonces apareció su padre con una caja más grande que el resto de regalos y la colocó a escasos centímetros del pequeño, con sumo cuidado. Jaime comenzó a desenvolverla y dentro encontró a un cachorrito labrador. Observó admirado su pelaje rubio aterciopelado y sus ojitos brillantes. De pronto, Jaime comenzó a chillar acompañado de los agudos ladridos del pequeño perrito bajo la mirada satisfecha de sus padres. Esos días fueron muy especiales para la familia. Le sacaban a pasear, le daban de comer… Hasta que se terminaron las vacaciones y cada uno tuvo que volver al trabajo o a la escuela y fueron desatendiendo poco a poco al perro.

En ese mismo tiempo, en la misma ciudad, una niña de la edad de Jaime tuvo un accidente mientras volvía del colegio. Un coche la atropelló dejándola sin visión.

Un año después, Jaime volvió a escribir su lista de Navidad. De nuevo, extensísima. Por lo que los padres se volvieron a enfrentar al mismo dilema. Pero volvieron a encontrar una solución.

-Cariño, ¿qué te parece si este año nos vamos a pasar las navidades a Disneyland?
-¡Oh! ¿De verdad? ¡Me encantaría!
-De acuerdo, nosotros nos encargaremos de hacérselo saber a Papá Noel.
-¡Estupendo! Pero… ¿Mike vendrá con nosotros?
-Verás hijo, Mike lleva unos días muy enfermo así que le llevaremos a un veterinario.
-Yo le veo bien.
Antonio y Marina se miraron, inquietos.
-Verás, no creemos que sobreviva a estas navidades. Será mejor que te despidas de él.
Jaime se entristeció y se despidió del perro. Al día siguiente, sus padres se lo llevaron en coche.
-¿Crees que hacemos bien en mentirle?
-Por favor, Antonio, no le hace ni caso, ha crecido una barbaridad y no hace más que llenarme la casa de pelos.
-Ya, pero…
-Está decidido. En cuanto llegues al pinar le bajamos del coche.

Y así lo hicieron. Ni siquiera aparcaron. Antonio bajó con él en marcha y sacó a Mike, dejándole en una caja. Le miró con tristeza y volvió a entrar en el coche. Mike miró el vehículo, divertido. Saltó de la caja, moviendo el rabo de un lado a otro. Entonces el coche comenzó a alejarse y Mike lo siguió, entusiasmado. Aceleró y el perro siguió corriendo tras él, ya preocupado. Hasta que no pudo más. Se había quedado solo y comenzaba a anochecer. Bajó la niebla. Comenzó a sollozar. No comprendía nada. Pero se quedó allí esperando a que le recogiesen de aquel frío y oscuro lugar.

Al día siguiente despertó. Solo. El frío se clavaba en su piel y penetraba en sus pulmones. Temblaba como nunca lo había hecho. Le dolía todo el cuerpo, insensibilizado. No vio a sus dueños, sollozó de nuevo. Cuando el sol ya estuvo en lo más alto comenzó a caminar, muy lentamente, intentando encontrar el camino de vuelta a casa.

Por la tarde, llegó a la ciudad. A un barrio desconocido para él. Las personas pasaban a su lado, esquivándole con desprecio por miedo a que pudiese transmitir algún tipo de enfermedad ese animal abandonado. Y así, pasaron días y noches. En una de ellas, se había acurrucado bajo un coche para resguardarse de la lluvia. Sollozaba debido al cansancio, al frío y, sobre todo, a la tristeza por aquel inesperado abandono.

De repente, oyó unos pasos que se acercaban. Se asustó y comenzó a llorar. Pedro escuchó algo bajo el coche y se asomó para averiguar de dónde procedía el sonido. Entonces vio a un precioso perro con el pelaje empapado y muerto de miedo. Le llamó con cariño, animándole a que saliese de allí. Costó Dios y ayuda, pero al final lo consiguió. El perro salió de su escondite. Pedro le miró a los ojos y acercó la mano a su hocico con mucho, mucho cuidado. El perro le olfateó durante unos minutos y, al final, se dejó acariciar. El hombre lo examinó, meticuloso y decidió llevarlo a un veterinario.

Allí lo atendieron. Pedro era un hombre humilde que trabajaba en la construcción. Su mujer había dejado su trabajo cuando a su hija le atropelló un coche el año pasado. La pequeña se quedó ciega y Miriam quiso estar con ella hasta que consiguiese valerse por sí misma. Por lo tanto, estaban pasando una mala etapa económica. Aún así, siempre quisieron hacerle un regalo de Navidad a su pequeña. Pero ella, cada vez que le preguntaban decía: “Solo quiero ser independiente y que no tengáis que preocuparos más por mí.” Esa situación y la sencillez de su hija les abrumaba…

Justo en esto pensó Pedro cuando le estaba dando vueltas a la cabeza a llevarle a una perrera… Así que, llegó el día 25 de Diciembre con el perro deslumbrante a su casa. Despertó a su mujer y juntos fueron a la habitación de su hija…
-Cariño… Despierta…
-¿Qué pasa?
-Es Navidad, ¿recuerdas? Y creo que Papá Noel te ha traído algo-le dijo con dulzura su madre.
-Ya dije que no quería nada…
-Esto sí lo vas a querer – afirmó su padre.

La niña se sentó en la cama a regañadientes y, finalmente, preguntó:
-¿Qué es?
-Tus nuevos ojos. Tu deseo se ha hecho realidad-le dijo su madre entre sollozos de alegría.
-No entiendo-dijo la pequeña, confundida.

Entonces, su padre subió al perro a la cama de la niña, quien se acercó a ella juguetón. Ella enredó los dedos en su pelaje… Y cuando lo comprendió, sonrió. Sonrió y el perro comenzó a ladrar feliz, así como los padres, que estaban presenciando ese mágico momento de máxima conexión entre dos seres que se encuentran en una situación difícil y, que a partir de entonces, estarán el uno con el otro.

Después de ese momento mágico, llegaron muchos más. Llevaron a Lidia y a Fly (su nuevo nombre) a un lugar donde los entrenaban para caminar juntos, para conectarse… Poco a poco fueron cogiendo independencia, a la vez que una gran dependencia el uno del otro, convirtiéndose en los mejores amigos. Una casualidad dio pie a una eterna amistad y estuvieron juntos siempre.


Fueron el mejor regalo de Navidad del mundo, el uno para el otro.




*Relato ganador Revista Pandora Magazine I Concurso de relatos de Navidad  2014

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