Nick caminaba a trompicones por las
ruidosas calles de la ciudad. Intentaba esquivar a la gente que, como él,
acudía veloz a su lugar de destino. Los amplios ventanales de los kilométricos
rascacielos eran testigos de aquel movimiento en pleno centro metropolitano. Se
escuchaba el claxon de los coches, conversaciones a media voz, tacones sobre el
asfalto y el llanto lejano de algún niño.
En medio de aquel caos, Nick iba
pensando en la próxima reunión que tendría lugar en su empresa. Últimamente
hacían muchas asambleas, a cada cual más importante, pues había muchas cosas
que decidir, mucho que mejorar y eran necesarias ideas novedosas que pudiesen
cambiar el rumbo que había llevado hasta entonces la compañía. Nick estaba
seguro de que encontraría alguna solución, que él podía ofrecer más que un
simple capuchino con mucha espuma y canela al alto cargo.
Un café. Es irónico que estuviese
pensando en unas semillas tostadas y amargas justo antes de morir, ¿cierto? A
decir verdad, más que irónico se podría calificar de estúpido, incluso triste.
Ni siquiera ese café sería suyo. Ni siquiera sería un detalle hacia un ser
querido. Simplemente era una orden de un superior. Irónico, estúpido, triste…
trágico. Sin embargo, aún no había llegado su momento.
Nick tomó la decisión de cruzar por el
medio de la carretera y tomar un atajo para llegar antes al trabajo. El
conductor del vehículo que casi termina con su vida también estaba pensando en
minucias. Estuvo a unos centímetros de ser arrollado por un seat Ibiza negro. Pero
en el último momento, alguien le agarró por la espalda y le hizo retroceder.
Durante unos segundos la mente de Nick
se nubló, se quedó en blanco. Aturdido boca arriba en la acera respiró
entrecortadamente hasta que su cuerpo volvió a tomar el control de la
situación. Miró aún asustado hacia ambos lados, buscando a la persona que le
había salvado de ser atropellado. No pudo divisar a aquel hombre entrado en
años que, tras meter sus manos en los bolsillos de su gabardina, se perdió
entre el gentío sin necesitar unas palabras de gratitud.
A partir de aquel momento de
desconcierto, Nick comenzó a escuchar sonidos rítmicos muy extraños. Un par de
personas se acercaron a ayudarle a levantar y el ruido se hizo más elevado.
Tardó unos momentos en comprender que aquello no lo estaba escuchando nadie
más. Que ese compás solo se encontraba en su cabeza.
Comenzó de nuevo a caminar, mirando de
lado a lado, siendo consciente de que aquella cadencia cambiaba al cruzarse con
distintas personas. Se acercó a una joven que paseaba en su bicicleta, la paró
y escrutó su cara, su cuerpo, escuchando unos golpes muy dinámicos. Ésta,
asustada por el comportamiento de aquel extraño, salió corriendo.
Al darse la vuelta, chocó con un señor
de pelo cano y aspecto rudo. Escuchó una queja por su parte y aquel martilleo
en su cabeza se hizo más fuerte. Se acercó entonces a una anciana, y el ritmo
de la orquesta de su cabeza disminuyó en demasía.
De este modo, durante cerca de media
hora, Nick se dedicó a explorar a los hombres, mujeres y niños que se cruzaba
por el camino. Les paraba de repente con una fuerza que no podía controlar en
aquellos momentos de incertidumbre. Le devolvieron miradas recelosas, términos
malsonantes y algún que otro empujón.
Cansado a causa del desconocimiento, se sentó
en un banco y contempló las escenas que pasaban en frente de sus ojos.
Entonces, una ambulancia se paró en frente de un edificio y vio una camilla que
portaba el cuerpo de una anciana introduciéndose en aquella furgoneta. Apenas
percibía un sonido proveniente de ella. La mujer pestañeó con las pocas fuerzas
que le quedaban y tres leves golpes inaudibles se perdieron en la cabeza de
Nick. PUM. PUM. PUM. Y… silencio. La anciana cerró los ojos. Había fallecido.
Entonces comprendió cuál era el
significado de esos sonidos.
De un salto se levantó de aquel banco
y corrió a escuchar los corazones de las personas que caminaban por las calles.
Esta vez no le importó que le tomasen por un loco. Esta vez no hizo caso a los
codazos, insultos o miradas intransigentes.
Algunos golpeaban con fuerza, otros
con debilidad, pero el bullicio nunca se detenía. Hasta que percibió un sonido
que se iba debilitando poco a poco. Lo descubrió y actuó.
Una mujer caminaba bajo la escalera de
un camión de mudanzas. Un grito de los trabajadores. Un mueble que se hacía
pedazos en el suelo. Un corro de gente alarmada y… unos latidos que cobraban
vida de nuevo.
Aquella señorita, tirada en el suelo
con los ojos como platos se quedó paralizada ante aquel accidente. Lo último
que notó fue un fuerte empujón de quien la había salvado, pero Nick desapareció
con una sonrisa en los labios entre las personas que se acercaban a socorrerla.
Y Laura, que así se llamaba aquella
mujer, comenzó a escuchar los latidos de cientos de corazones.
Me ha encantado! No sé qué más decirte pues solo pienso en lo cuidado que ha estado todo y en lo que muestra el relato. En serio, genial :)
ResponderEliminar¡Un besín!