FLOR DE JARDÍN


Qué difíciles son los límites y qué delgadas algunas líneas.

La filosofía del “yo me cuido” guarda una trampa, la del egoísmo, la de la ceguera. La de solo ver aquello que nos beneficia, lo que no asusta. Dejar paso solo a lo que se comprende, porque lo contrario implica dejar de estar cómodo. Porque supone parar y pensar, sentir y dejar de lado lo instantáneo. Ver más allá del “tengo que” o el “debería”. Poniéndole una máscara a la tristeza y cerrando los ojos porque “ojos que no ven, corazón que no siente.” Y, sorpresa: "no hay peor ciego que el que no quiere ver."

Hemos pasado de la entrega absoluta llena de culpa a no ver lo que tenemos delante, porque siempre se interpone una pantalla llena de entretenimiento. Llena de aceleración. Llenándonos pensamientos que no son el nuestro y que nos evitan la realidad. 

Porque no conocemos el punto medio.

Ojos perdidos que no saben enfocar.

Manos que no tocan.

Corazones a años luz.

¿Una persona está cuidando sus sueños olvidándose de lo que tiene alrededor? 

Que se empieza por uno mismo, es evidente. Pero el quererse bien no implica arrasar otros corazones. Ni ignorar que las obligaciones nos vuelven cada día más solitarios. Y eso no es natural en nuestra especie. 

Cada vez hay más almas vacías. ¿Por qué?

La educación emocional y el pensamiento crítico no tienen cabida en ese extremo. 

El “yo me cuido” implica hacer un stop y mirar lo que hay dentro para proyectarse hacia afuera. Conocer lo bueno y lo malo. Aceptar. Corregir. Desaprender. Aprender. 

Hay quien se ve más en el exterior, y otros más en el interior. Pero, sea como sea, hay que conocer el propio movimiento, la cadencia, la brújula. 

Parar. Observar. Pensar. Escuchar. Y abrirse a otras perspectivas. Así se riegan las flores. Así se riegan los corazones. 

El parar lo cambia todo. El escuchar lo cambia todo. 

¿En qué nos están (estamos) convirtiendo?


Que no se pierda la ternura ni la palabra amable. El brillo en la mirada y la sonrisa sincera. 

Que las ruinas no alimenten los escombros, que no sean destrucción, sino construcción de algo nuevo. Algo mejor. 

Que la prisa no se convierta en excusa.

Que tu profesión o tu vocación no sean capas bajo las que escondas tus miedos. 

Que, a veces, hay que cerrar y ventilar. Resguardarnos. Ordenar. Pero que el respetar tu ritmo no se convierta en un encierro permanente. En olvidar que hay un mundo fuera. Que te necesita. Y que tú le necesitas. 


Que el "yo me quiero" no implique "quererme solo a mí." Porque, entonces, te estarás queriendo mal y eso te acabará saliendo por los poros.  

Cuanto más conectados parecemos, menos lo estamos.


Que tus sueños no te pasen por encima hasta tal punto que, cuando haya que celebrarlos, no tengas con quién.  


Quiérete bien y quiérete siempre. Pero nunca olvides que eres flor de un jardín. 

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