¡Hola a todos!
Hoy os dejo el relato con el que he colaborado en el nuevo número de la revista Atticus. Os invito nuevamente a leerla si tenéis oportunidad, es una maravilla. Y doblemente agradecida por la preciosa ilustración que Carolina Rosano ha hecho para el relato.
Espero que os guste :)
***
Como
cada noche antes de acostarse Edith miraba al cielo y contaba las estrellas una
a una y, con una sonrisa rebosante de ilusión, esperaba a que su padre la
visitase observando la luna. Aquel ritual se había convertido en una costumbre
para ellos.
Cuando
Edith tenía 6 años vio por primera vez de manera consciente la luna llena. Era
como un enorme globo blanco azulado que iluminaba la Tierra y aquello atesoraba
tal poder que la ambición comenzó a apoderarse del corazón de la pequeña. En
aquel anochecer llamó a su padre y le pidió que le bajara la luna.
-¡Papá,
papá! ¿Has visto la luna?
-Claro,
cariño. La veo todas las noches desde la ventana.
-Es
hermosa, ¿verdad?
-No más que tú, mi pequeña -le
dijo mientras le acariciaba dulcemente la mejilla.
-Quiero que me bajes la luna, papá -dijo
la niña.
-¿La
luna? Pero, cariño… No puedo bajarte la luna…
-¡He
dicho que me bajes la luna! -Gritó
Edith.
-Princesita,
la luna debe estar en el cielo para poder iluminarnos a todos…
-¡Quiero
la luna papá! ¡La quiero y tú me la vas a bajar! ¡Bájame la luna! -La niña gritaba cada vez más
enfurecida y, finalmente, su padre accedió. ¿Cómo iba a decirle que no a su
niñita? Y, ¿cómo podría soportar que se enfadara tanto con él?
-Está
bien, Edith. Haremos una cosa, te la bajaré pero solo durante cinco minutos,
así tanto tú como el resto podréis distrutarla.
-Quince
minutos -replicó
ella.
-Diez,
y ni para ti ni para mí -le
dijo con una sonrisa y, finalmente, la pequeña cedió.
En
aquella ocasión su padre le bajó la luna, e hizo lo mismo siempre que había
luna llena. El resto de noches en que no estaba completa, Edith ni siquiera la
miraba. Ella sabía que merecía siempre lo mejor, tal y como le repetía una y
otra vez su padre. Por ello no se conformaría nunca con menos. Ella era una
princesa, si bien no a ojos de la humanidad, sí a los de él y con eso valía… O
eso creía ella…
***
Diez años después, una noche de luna llena una terrible enfermedad se llevó
al padre de Edith y su helado corazón se resquebrajó.
Mil gracias por esta maravilla |
La joven miró al cielo y vio su posesión. Salió de su casa y comenzó a
exigir a toda persona con quien se cruzaba que le bajase la luna. Naturalmente,
nadie se sometió a sus imposiciones y la ira comenzó a devorarla.
Llegó a un parque y observó cómo una muchacha se subía a un gran globo y
ascendía hasta tumbarse en la luna, en su luna.
-¿Qué está haciendo esa
ahí arriba? ¿Quién le ha regalado ese globo? -preguntó Edith, consternada.
-Todas las noches sube a
visitar a su amiga la Luna y le canta preciosas nanas para agradecerle la luz
que nos brinda cuando el Sol cae -le explicó un chico. -Nosotros venimos a ver
este maravilloso espectáculo y apoyar su labor. Y nadie le ha regalado ese
globo, estuvo trabajando en él sus treinta noches con sus treinta días cuando
cayó de la escalera. Y antes de la escalera construyó una montaña, pero la lluvia
se la llevó. Nunca ha dejado de luchar. ¿Nunca habías oído hablar de Sherezade?
-preguntó el joven
extrañado.
-¿Sherezade?
-Preguntó
condescendiente. -Así
se llama, ¿eh? Pues no, nunca había oído hablar de ella.
-¿En
serio? ¿Acaso eres nueva en la ciudad? -preguntó
curioso.
-No.
Simplemente no conocía sus… hazañas -contestó
irónicamente.
-¿Cómo
te llamas? -preguntó
él.
-Edith
-contestó
secamente. -Mi
nombre significa “riqueza”, ¿sabes? -añadió
orgullosa. -¿Qué
significa Sherezade?
-Significa
“nacida libre”.
-Qué
estupidez… -dijo
y aquel joven, cansado de su soberbia, se alejó de ella y se unió a los
aplausos del resto de espectadores, pues la amiga de la Luna había comenzado a
descender en su precioso globo. No había puesto un pie en la tierra cuando
Edith se dirigió a ella.
-Súbeme
a la luna -le
exigió.
-¿Perdón?
-preguntó
Sherezade. Su pelo negro cual carbón caía alegremente por sus hombros, sus
mejillas sonrosadas hacían juego con sus labios pero, lo que más atormentó a
Edith fue su mirada. Aquellos ojos azabaches transmitían algo desconocido.
Calor, confianza, pasión. Aquella muchacha estaba completamente satisfecha
consigo misma. Aunque Edith seguía siendo la más hermosa… ¿verdad?
-He
dicho que me subas a la luna -dijo
Edith, cruzándose de brazos, mirándola por encima del hombro e intentando
parecer tranquila, aunque nunca había sentido tantos nervios por nadie.
-¿Quién
te crees que eres para exigir tal cosa? -preguntó
molesta una chica.
-Soy
Edith Santana, y os ordeno que me subáis a la luna.
-Serás
la niñita consentida en tu casa, pero este es el mundo real y aquí nadie sirve
a nadie -se
escuchó entre el gentío, y le siguieron muchos más.
-Está
bien, amigos -declaró
Sherezade. -Tranquilizaos
-y
dirigiéndose a Edith añadió: Puedes subir a mi globo, si quieres. Pero deberías
pedirlo por favor, ¿no crees?
En
aquel momento se hizo un silencio sepulcral y Edith vio aquel atrevimiento como
un gran ataque. Sin embargo, no se dejó amedrentar e hizo lo que siempre había
hecho: mentir para conseguir sus propósitos.
-Por
favor -dijo
sin sentir un ápice aquellas palabras.
Sherezade
la dejó subir al globo y le dio varias indicaciones que debía seguir para
llegar a la luna, a las cuales ella hizo caso omiso. El malestar general era
palpable. Todo el mundo miraba con rabia a Edith, pues nadie era más que nadie.
Edith
ascendió con una sonrisa de suficiencia y cuando llegó a la Luna, se sentó en
ella y simplemente se quedó observando a ese puñado de estúpidos, triunfal.
Jamás la habían tratado de ese modo, y todos ellos se merecían un gran
escarmiento. Nadie subiría a la Luna nunca. Nadie menos ella. Así que cogió una
de sus horquillas y pinchó aquel globo, el cual cayó lentamente, acunado por el
viento, ante la mirada dolida de aquellas hormigas a sus pies.
-Disculpa…
-escuchó,
y ella se asustó.
-¿Qu…
quién está ahí? ¿Cómo osas subir a la Luna cuando estoy yo?
-Disculpa,
pero soy yo quien te está hablando.
-E…
e… eres ¿la Luna?
-Sí,
soy yo.
-Vaya,
jamás me habías hablado… -se
sorprendió la joven.
-Jamás
me has escuchado.
-¿Cómo?
-preguntó
Edith, sorprendida.
-Siempre
te supliqué que me llevaras de vuelta al cielo, aunque jamás me hiciste caso.
Estabas demasiado ocupada pensando en ti. Esta es mi casa y si no te importa no
me gusta que estés aquí.
-¿Qué?
¿Después de todo lo que he hecho por ti?
-¿Qué
has hecho por mí, además de tomarme a la fuerza siempre y cuando estuviera
completa?
-¿Por
qué a esa estúpida de Sherezade sí que la dejas venir y a mí no?
-Sherezade
siempre me ha pedido permiso, aunque después de tantos años visitándome cada
noche no lo haya necesitado. Me ha demostrado ser una gran amiga, alguien que
me valora y me agradece y quien se ha esforzado por seguir a mi lado. Todo lo
contrario que tú. Siempre te ha alimentado el poder y la ambición. Tu padre
hizo mal en consentirte tanto porque nadie más va a bajarte la Luna. Has vivido
siempre en tu castillo de cristal, despreciando todo y no valorando nada. Sin
escuchar y exigiendo ser escuchada. Con la pérdida de tu padre tendrás que
comenzar a vivir por ti misma y, créeme, va a ser un duro trabajo, pues la vida
real no es aquella que te han pintado.
Aquellas
palabras calaron a Edith. Pensó en cómo nadie había accedido a sus peticiones y
reconoció las miradas de desprecio. Recordó su vida antes de la muerte de su
padre, dorada aunque vacía. Buscó en sí misma las fuerzas para enfrentarse a
ese gran cambio, pero no las encontró. Todo lo que había tenido había sido
regalado. No tenía absolutamente nada propiamente suyo. Comprendió que nadie
más volvería a bajarle la Luna y que comenzaba un camino que tendría que
caminar sola, pero ¿cómo? Ahora “nacida libre” tenía un significado. Ella había
nacido rica y pobre al mismo tiempo. Le gustaría poder ser libre y
autosuficiente y la frustración escondida en su corazón todo ese tiempo se
liberó hasta dominarla por completo. Jamás podría ser como Sherezade, una mujer
guerrera que luchaba cual valkiria por aquello que quería y nunca le sería
dado.
Su
mundo se desvaneció. Se sintió completamente sola y sin la fuerza necesaria
para cambiar. Su vida había sido una auténtica mentira. Aquellas personas
tenían razón. Así que con lágrimas acariciándole el rostro y ante las miradas
de terror y sorpresa, dio un paso y después otro... y al dejarse caer su cuerpo
y su alma ya no le pesaron tanto. Era triste que lo último que le acariciara
hubiesen sido sus propias lágrimas. Se convirtió en algo liviano, puro, en
brisa fresca y pensó que ese no podría ser su final. Así que continuó su camino
en la Tierra acariciando las olas del mar, las hojas de los árboles, el pelaje
de los animales y las mejillas de hombres, mujeres y niños. Incluso ayudaba a
acunar el globo, ahora más grande, que de nuevo construyó Sherezade y en el que
cabían muchos más que quisieran visitar a la Luna.
Edith
ahora servía a Eolo y quién sabe si, quizás, dentro de algunos eones, alguien
también quisiera subir a ella y hacerle compañía, sin exigencias ni
pretensiones. Quizás alguien la perdonaría y volviese a ver el calor en una
mirada. Quizás, y solo quizás, alguien quisiera subir al viento en vez de subir
a la Luna. Aunque para ser acariciada, antes debía acariciar. Y para ser amada,
antes debería amar.
Ay, Sara, qué bonito.
ResponderEliminarEs un relato precioso, ¡felicidades! Mereces que te publiquen,
Un beso enorme.
¡Muchas gracias cieloteee! ^^
EliminarMuy bonito y original! Felicidades Sara ;)
ResponderEliminarBesitos
No vi el comentario :S
Eliminar¡Muchísimas gracias guapa!
¡Un besazo!
Hola soy la chica que hizo la ilustraación me alegra que te guste.Un verso!
ResponderEliminar¡Hola Carolina!
Eliminar¡Qué bien tenerte por aquí!
Pues qué decirte, me encanta, es preciosa.
¡Otro para ti!