El niño siempre quiso crecer deprisa. Llegar a ser adulto pronto, como su padre. Éste siempre le dijo que el miedo era cosa de niños. Que jugar era cosa de niños. Que llorar era cosa de niños. Y su hijo, teniendo a su padre en un pedestal, le creyó. Y, por eso, tuvo prisa por crecer. Por eso y por mirar con ojos de niño.
El niño creció y no vio a su padre jugar. No había estrellas en sus ojos. Solo vacío.
El niño creció y no vio a su padre llorar. Aunque sí lo escuchó.
El niño creció y vio a su padre tener miedo. Más del que él había sentido jamás. Más de lo que creía que alguien pudiera sentir. Y la mentira cayó por su propio peso. El pedestal cayó con él.
El niño creció y decidió seguir jugando.
El niño creció y decidió llorar si lo necesitaba.
El niño creció y aprendió que todo el mundo tiene miedo.
Pero el niño decidió que no le tendría miedo al miedo.
El niño creció.
Y el niño vivió.
No hay comentarios