ELEMENTOS - RELATO PARA EL DÍA DE LA MADRE



Los elementos siempre se han complementado pero jamás se unen unos con otros. Tan solo ocurrió una vez.

Los pueblos del Agua y de la Tierra rompieron las reglas. En realidad, fue algo mucho más pequeño, aunque poderoso, lo que arrastró a ambos pueblos al odio infinito.
Y al amor infinito, también.

Hace mucho tiempo una sirena y un pescador se enamoraron cruzando los límites de lo permitido. Ambos suplicaron a los dioses que les concedieran el deseo de estar juntos, pues no comprendían que siendo pueblos tan iguales no fuesen capaces de amarse.

Los dioses accedieron, pues desde los cielos las cosas se ven más fáciles. Le dieron la gracia a la sirena de que, cada vez que pisara tierra se convirtiera en humana. Fue un amor prohibido y clandestino, pero las mentiras siempre pelean por salir a la luz. El Rey del Mar quiso hacer justicia y la joven sirena logró huir de su furia escondiéndose nueve meses en la tierra. Después de ese tiempo, la pareja tuvo tres hijos. El Rey del Mar pidió ayuda y alertó a la Reina de la Tierra y ella también inició su búsqueda. Finalmente, dieron con ellos y desataron su furia contra la familia. El pescador dio la vida por los suyos, luchando contra lo imposible y a favor de su convicción.

Después, el Rey del Mar maldijo a la sirena y le arrebató a sus hijos. Jamás volvería a ser miembro del agua. Se llevó a los niños a alta mar, donde construyó una pequeña barca y les abandonó a su suerte, esperando que la ira del océano les quitara su último aliento, inundando sus pulmones.

La Reina de la Tierra, por su parte, también la maldijo. Nunca sería uno de los suyos así que tampoco se volvería a convertir en humana. 

Cuando se quedó sola, desvaneciéndose, suplicó una segunda vez a los dioses, esta vez por sus hijos, quienes no eran culpables de sus actos.

En lugar de morir y encontrarse en el más allá con el amor de su vida y pronto con su familia, decidió que sus hijos vivieran, dándoles la oportunidad de sentir todo el amor que había sentido ella. 

De este modo, las diosas, también madres, quisieron ayudarla y la convirtieron en una pequeña isla, frontera entre los dos pueblos.

La joven usó su voz antes de apagarse para siempre, alzando su última canción, con la que meció las aguas hasta traer consigo la pequeña barca con sus bebés.
Allí crecieron con la ayuda de las diosas, entre el manto de su madre y bajo la mirada orgullosa de su padre.
La isla se fue poblando y tuvieron una vida plena y feliz hasta que la fuerza les abandonó, encontrándose en algún mundo con su progenitor.

Y a ella, que sacrificó su destino por mecer a sus hijos, la consumió la soledad y se sumió en un eterno sueño del que jamás despertó. 

Quizás exista algún tiempo en el que el Mar y la Tierra se perdonen y la joven sirena pueda romper esa frontera, y volver a casa.

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