YO ME CUIDO, TÚ ME CUIDAS

 

Una rosa se cansó de las espinas del rosal en el que vivía. Había sufrido mucho. Quizás demasiado. Es posible que, por ello, cuando vio a una semilla desconocida que bailaba con el viento y que descendió hasta su tierra creyó encontrar aquello que pensó que había perdido. La regó y cuidó cada día. Fue testigo de cómo aquella nueva flor se iba alzando al cielo. Sin embargo, tiempo después la rosa observó que el diente de león era demasiado frágil. Que un soplo de viento la desabrigaba. La rosa reflejó toda su pena en la desnuda planta enmarcando una sonrisa maternal. La rosa finalmente decidió construirle un refugio al diente de león y la pequeña planta nunca volvió a ser golpeada por Eolo. Pero también le terminó faltando el oxígeno, el agua, la sal.

Un día, asfixiada, el diente de león le pidió a la rosa un poco de aire. La rosa recordó las espinas, el dolor, las lágrimas. ¿Cómo pudo ser tan tonta? Ella, que solo esperaba algo de agradecimiento. Un poco de cariño. Con todo lo que la había ayudado. Y el diente de león solo quería irse de su lado. Como el resto antes que ella. La rosa, de mala gana, destruyó el refugio y el diente de león respiró al fin.

Y antes de volver a abrazar al viento, dijo:

"Yo no iba a dejarte sola. Tan solo quería respirar. Desnudarme al viento. Pero me has asfixiado tanto que ahora necesitaré un viaje mucho mayor."

 

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