Ella veía caer poco a poco ese castillo de naipes y un gran abismo se abrió bajo sus pies.
Él dejó de regar las flores para asfaltar una carretera de los que quisieron atraerle a su falso edén y así caminar en paralelo con egoísmo. Siempre teniendo como brújula la opinión ajena. Ahora construye rascacielos con una voz que sigue sin ser la suya. Nunca lo fue.
Y ella se dio cuenta de que merecía una voz que saliese de dentro y se tradujera en actos hacia afuera. Una voz sin salpicaduras de la saliva de otros. Una voz propia y firme que empuñase la bandera del verdadero querer hacer. Querer ser.
Así que comenzó a cuidar ese jardín abandonado con música y tesón, con mimo. Comenzó a querer haciendo.
Que no fue mentira, pero fue una muy pobre verdad. Una historia llena de palabras.
Pues como dijo una gran mujer: "Quiero hechos, no palabras. Si quiero palabras me leo un libro."
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