EL SEÑOR DEL FUEGO 3: VOY CONTIGO


Faltaban unos minutos para media noche y Lhendil ya estaba en la entrada de la plaza… sola entre aquella multitud. En esa ocasión vestía una capa negra que ocultaba su rostro. Su objetivo era ver sin ser vista así que, cuando las campanadas volvieron a anunciar la media noche y el gentío comenzó a hacer un círculo en el centro de aquel espacio, ella quiso pasar desapercibida en las últimas filas.

De pronto, las luces de los farolillos que iluminaban la plaza se apagaron y se hizo el silencio. Unos pies descalzos comenzaron a caminar por el pasillo que se creó en uno de los extremos de aquel cerco de gente y, en cuestión de segundos, el domador del fuego inició su demostración, infinitamente más gloriosa que la anterior.

Llamas se extendían por las cabezas de los presentes como si de olas de mar se tratase. Figuras de fuego que contaban historias antiguas sobre civilizaciones extintas salían de sus labios. Caballos llameantes se entrelazaban por su cuerpo atlético y semidesnudo. Jamás había presenciado nada igual. Durante el espectáculo nadie dijo ni una sola palabra. Todo el mundo contemplaba a aquel maestro del fuego jugar con su don. Incluso finalizada aquella exhibición tan solo se escuchaba el silbido suave del viento. No comenzaron los aplausos hasta instantes después.



Sin embargo, durante aquel hipnótico baile Lhendil había apreciado algunas marcas blancas casi imperceptibles que adornaban la figura del tragafuegos. A simple vista parecían cicatrices, pero todas ellas estaban dispuestas a la misma distancia unas de otras, aunque sus tamaños eran dispares. Marcas, desde luego, de lo más extrañas…


La joven elfa se había perdido en suposiciones y posibilidades y no se dio cuenta de que la gente había vuelto a sus quehaceres, ni de que la luz de los farolillos volvían a iluminar la plaza, ni siquiera de que aquel extraño joven había desaparecido entre la multitud…

Lo buscó con la mirada, aún oculta bajo la capa, pero no distinguió al tragafuegos entre los andares de la multitud que iba de un lado a otro.

- Te veo muy sola… - dijo una voz a sus espaldas con un tono lo más lejos de ser amigable. La había descubierto.

Lhendil se volvió hacia él con el corazón latiéndole a mil por hora pues su mentira se había roto en mil pedazos en aquel preciso momento.

- Yo…
- No existe ninguna hermana enferma ¿verdad?

Fue la primera vez que Lhendil pudo ver sus ojos. Sus pupilas parecían haber cobrado vida en forma de llamas de fuego. Jamás había visto una mirada igual, lo que afirmó sus inquietudes: aquel joven no era humano. No podía serlo.

El silencio de ella sentenció la respuesta que él estaba esperando. Con el semblante desbordando ira se dio media vuelta y comenzó a caminar.

- ¡Espera! - gritó la elfa.
- Ni se te ocurra seguirme.
- Lo siento, ¿de acuerdo?
- No puedo creer que haya humanos tan crueles como para jugar con algo así.
¿Humanos? - pensó Lhendil.
- ¿Puedes parar un segundo?
- No.
- Por favor, déjame explicarte… - imploró ella mientras buscaba alguna excusa verosímil.

Habían cruzado la plaza cuando la tierra bajo sus pies comenzó a vibrar con ferocidad. El suelo comenzó a resquebrajarse. La gente al principio no comprendía qué estaba sucediendo pero pronto comenzaron los gritos y las estampidas en todas direcciones. Los edificios temblaban y comenzaron a caer bloques de los mismos. ¿Qué estaba pasando?

Lhendil sintió una fuerza que la impulsaba hacia la pared de uno de los edificios. El tragafuegos había evitado que una masa de hormigón le cayese encima. Sin embargo, un hombre no corrió la misma suerte en el centro de la plaza y sus extremidades inferiores quedaron sepultadas. Una niña a su lado comenzó a llorar y la mujer que estaba con ellos imploraba ayuda con un aullido ensordecedor.  Lhendil estaba paralizada observando la escena. Su acompañante, por su parte, no dudó y corrió a ayudarles. Gritó a la señora que se pusiese a salvo con su hija. Ambas abandonaron la escena  con un llanto abrumador, sin dejar de echar la vista atrás, donde el padre y marido estaba siendo auxiliado.

Entonces Lhendil comenzó a procesar toda aquella información y a duras penas alojó el pánico que estaba sintiendo en lo más profundo de su ser. Echó a correr, evitando a la muchedumbre e intentando mantener el equilibrio, pues la vibración cada vez era más intensa.

- ¡Te dije que te quedaras allí! - gritó el tragafuegos.
¿Lo dijo?
- ¡Dime qué hago!
- ¡Largarte de aquí!
- ¡He dicho que me digas qué hago! ¡Necesitáis ayuda!

El joven comprendió que no podría convencerla de lo contrario así que pensó con rapidez:
- De acuerdo. Pero tendrás que seguir cada una de mis instrucciones. - La joven asintió y aunque parecía decidida, sus ojos mostraban terror - Voy a intentar levantar el bloque. Necesito que cuando veas la oportunidad lo muevas para que sus piernas queden libres. El hombre se ha desmayado a causa del dolor así que él no podrá ayudarte. ¿De acuerdo? -  Lhendil volvió a asentir y se colocó detrás del hombre mientras lo agarraba por debajo de los brazos. - ¿Preparada? - Y un gesto respondió a aquella pregunta.

El tragafuegos comenzó a empujar hacia arriba y ella observó que unas pequeñas gotas saladas resbalaron por su frente. Y solo duró unos segundos, pero las líneas que cubrían el cuerpo del chico llamearon. ¿Cómo era posible?

Lhendil arrastró al hombre hacia atrás cuando llegó el momento y su acompañante dejó caer aquellos kilos de hormigón. Ningún humano podría haber levantado aquel bloque sin ayuda.
El chico corrió hacia ellos y cogió al hombre en brazos.
 - ¡Salgamos de aquí! ¡No te alejes!

Los minutos que transcurrieron después parecieron horas. Consiguieron llegar hasta el refugio del pueblo, inutilizado hasta el momento. Allí se resguardaron algunas personas, entre ellas, las dos familiares de aquel hombre, quienes corrieron a abrazarle, aún siguiendo inconsciente.

- Quédate aquí. Seguramente no tarde en llegar algún médico que se encargue del hombre y…
- ¿Dónde vas? - preguntó sin dejarle terminar - ¿estás loco? No puedes andar por la calle en medio de un terremoto. - Entonces él la miró y aquella mirada solo afirmó lo que ella ya sabía.

No se trataba de un terremoto. Los rumores que habían traído consigo las hojas de los árboles eran ciertos. El ejército de Kahlarión estaba devastando la tierra y sembrando el horror en el mundo de los hombres.




- Voy contigo.





3 comentarios

  1. Hola, guapi
    Me da que tengo que ir al principio de todo, me gustólo poquito que leí de esta entrada, pero prefiero ir a la pág1.

    Un saludazo Lou G de Gocce di Essenza BLOG

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  2. Hola, guapi
    Me da que tengo que ir al principio de todo, me gustólo poquito que leí de esta entrada, pero prefiero ir a la pág1.

    Un saludazo Lou G de Gocce di Essenza BLOG

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  3. Hola, me pasa como Lou, asi que voy a leerte desde el principi

    besos

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