ESTRELLA FUGAZ


Cada noche Laila miraba al cielo buscando su astro. Se había vuelto la cazadora de estrellas más célebre de la historia y aunque poseía varias, había una que era su predilecta. Le dio nombre, espacio y tiempo. Ella, titiritera, utilizó uno de sus lazos para sujetar a la estrella y hacerla volar alto, cual cometa. Pero nunca era suficiente, siempre quería más y la estrella flotaba a tal altura que apenas conseguía ver el suelo bajo sus pies. Y todo se veía distinto desde allá arriba. 
Muchos la envidiaban, pero lo cierto es que la estrella nunca quiso el pódium. No lo eligió como tampoco prometió que brillaría cada noche. No escogió una órbita, volar en círculos durante toda la eternidad. Solo ofrecía todo lo que era, luz y oscuridad. Amaba sus tonos de gris y todos sus colores. 
Vuela alto, pajarito —repetía Laila cada crepúsculo, con una sonrisa y una mirada llenas de admiración. 
Pero la estrella no pertenecía a ese lugar. No tan alto. No tan lejos.
Y a Laila tampoco le hubiera gustado pertenecer a él. No lo admiraría si estuviese en su piel. Tan alto. Tan lejos. Sintiendo el frío y el ardor. Anhelando algo que no existía. 
Bájame de aquí. Este no es mi hogar.
—Claro que lo es. Vuela alto, pajarito.
Estás equivocada. No pertenezco a este lugar. 
Vuela alto y brilla.
La imagen de la estrella en la cabeza de Laila era una fantasía. Algo que no tenía, pero que tampoco quería tener. Algo en lo que creer, por eso cada noche desenrollaba un poco más el lazo y la distancia entre ambas cada vez era mayor. 
Bájame de aquí. Este no es mi hogar.
—Claro que lo es. Vuela alto, pajarito.
Estás equivocada. No pertenezco a este lugar. 
Vuela alto y brilla. Deja que vea tu estela para pedir un deseo.
—No soy quien crees que soy. Solo soy polvo luminoso.
Entonces has de ser mi polvo mágico. 
***
Una noche de tormenta Laila desplegó todo el ovillo y el lazo se tensó tanto que con ayuda del viento finalmente se rompió. La cazadora de estrellas deambuló hasta el fin de sus días buscando algo en lo que creer, una posesión presuntamente perdida, polvo de hadas en rascacielos de metal y pladur. Por su parte, la estrella abandonó el círculo y descendió, liviana, hasta convertirse en el reflejo del cielo en el mar y el del mar en el cielo. 



“Temo que si me quitan mis demonios se puedan morir mis ángeles.”
Rainer María Rilke

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