CÍRCULO INFINITO O DOS RECTAS PARALELAS.


Érase una vez una semilla oculta bajo la tierra. Se sentía sola, pequeña y tenía miedo. Allí abajo todo estaba oscuro. Y así pasaron los días y las noches. Tan triste estaba que comenzó a llorar. Una mañana cualquiera una nube que pasaba por allí escuchó el llanto de la semilla y dejó caer su lluvia. Se quedó allí siete días y siete noches, regando aquella tierra seca. La semilla empezó a notar un extraño cambio en ella. Su cuerpo crecía y crecía y, al octavo día, al fin salió a la superficie y pudo contemplar todo lo que había a su alrededor, desde los inmensos astros del cielo hasta los más insignificantes insectos. Todo gracias a la perseverancia de aquella primera y única amiga, la nube. Los días transcurrieron y aquella masa condensada volvía cada mañana a jugar con su nueva amiga y a seguirla rociando, pudiendo observar juntas cómo cada día los pétalos de la planta se hacían más grandes y hermosos.

Otro día cualquiera, el dueño de aquel jardín se percató de que una flor sobresalía frente a las demás. Era la más alta y la más bella. Así que decidió traspasarla a una maceta y llevarla al salón de su casa. La planta se sintió curiosa ante tal cambio, pero todas sus preocupaciones desaparecieron cuando los amigos del dueño iban a la casa y elogiaban al vegetal. Día tras día, la flor se sentía más a gusto en su nuevo hogar. Todas aquellas palabras y alabanzas la hacían muy feliz.

La nube, por su parte, había estado allí cada día y cada noche al lado de la ventana, observando triste cómo ya no tenía cabida en aquel lugar donde ya nadie la necesitaba. Así que, se marchó a otros jardines a regar más flores y a jugar con nuevos descubrimientos que sí requiriesen de su aprecio.

Una mañana, Lorenzo desprendió más calor del normal y la tierra de la flor se secó. La planta  comenzó a sentirse mal, a ahogarse. Tiempo después, sus hojas y flores comenzaron a marchitarse, pues el dueño nunca la llegó a regar. Cuando su apariencia dejó de ser tan radiante, el hombre compró otra más hermosa (pues en su jardín no había vuelto a florecer ninguna flor) y la cambió por aquella tan decrépita, quien volvió al jardín, a una tierra seca sin nadie que hablase con ella. Cuando llegaron los amigos del dueño les llamó y les gritó pero ninguno la escuchó. Se fueron a elogiar a aquella otra planta tan bonita y novedosa. Entonces, se acordó de su amiga la nube pero no la encontró en el firmamento… La llamó y gritó y… apareció. Apareció reluciente a través del cielo y volvió a jugar con ella, como lo habían hecho siempre. La nube perdonó ese tiempo de soledad y volvió a regarla. La flor creció de nuevo, se hizo hermosa de nuevo y el dueño volvió a observar a aquella linda y gloriosa flor. Y…

***

La nube comprendió que muchas veces las palabras pueden decir nada o pueden decirlo todo, siempre y cuando los hechos las acompañen.

La flor entendió que los amigos de verdad son aquellos que te ayudan pero, sobre todo, saben escucharte. Son aquellos que perseveran y saben esperarte. Son aquellos que te dan libertad y el derecho a equivocarte. Son aquellos que, cuando estás perdido, saben encontrarte.


***

Esta historia aún no tiene un final. Esta historia puede ser un círculo infinito o transformarse en dos rectas paralelas… Elige tú el final.


2 comentarios

  1. Una historia sencilla pero de una gran complejidad a la vez. Una lección de vida donde cada cual elige. Me ha parecido maravillosa y sobre todo ese final donde sin decir nada dices todo magistral.
    Un abrazo.

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