LA VELA

 



Cada amanecer la sorprendía con el olor de algún exquisito manjar.
Cada mediodía ponía a todo volumen en la cocina alguna canción que le recordaba a ella. 
Cada tarde le dejaba un mensaje escrito en el armario.
Cada fin de semana la llevaba a algún lugar inimaginable. Fuera o dentro de casa.
Cada noche la sacaba a bailar y después dibujaba un mapa en su espalda. 
Cada minuto que pasaba con ella se aseguraba de que la luz de la vela siguiese encendida y, como efecto dominó, el resto se iban encendiendo también. 
Ella igualmente se encargaba de las suyas. De las velas que guardaba para él. 
Y así es como siguieron viéndose el uno al otro. Porque nunca apagaron la luz. Porque nunca dieron nada por sentado. 


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