LA TIERRA VS. EL HOMBRE





Amanecía el día como otro cualquiera, pero siempre diferente al anterior. Al salir de la tienda el oxígeno entraba de lleno en sus pulmones. En un claro del bosque vivía con su tribu. Las tiendas de cuero se distribuían alrededor del fuego protector, hace horas extinto. Todos dormían aún. Naconai siempre despertaba temprano para disfrutar del sol naciente, el canto de las aves en primavera, y el derretir de la nieve en las laderas de las montañas al calor del gran astro en invierno. 

Después, caminaba hacia el río para coger agua y llevarla al poblado. Disfrutaba cada pisada, cada escalofrío que provocaba el agua helada al entrar en contacto con su piel. El canto de las aguas acorde con el silbido del viento. Más tarde, paseaba por los campos de maíz y vigilaba la cosecha. Vivía intensamente cada día como si fuese el último. Aquel que la madre naturaleza le ofrecía con cariño, amor y alimento. Subsidio.

Los hombres salían a cazar mientras las mujeres cuidaban de los más pequeños. Antes del sacrificio, rezaban a los dioses, pedían perdón y daban las gracias. Observaban los ojos del animal, le agradecían. “Que sane y vuele libre su alma”. Su esencia se sustentaba en una filosofía animista profundamente ligada a la naturaleza. Todo, cada animal o planta, cada astro del cielo o montaña en la tierra. Cada gota de agua del gran océano o de un pequeño estanque, cada roca, cada soplo del viento… Todo era venerado e incluso, a veces, temido.  El espíritu del rayo, el calor del noble caballo, el olor de las flores, la sabia de los árboles… todo tenía su valor. La Tierra, su santuario. Los bisontes, sus hermanos. Los niños, su futuro. Los ancianos, su sabiduría…

Adoraba tumbarse en la hierba por la noche y contar las estrellas del cielo mientras oía los cantos y ritmos de percusión en su aldea. “Allá lejos viven nuestros ancestros, de ahí proviene nuestra existencia”.

A la mañana siguiente no hubo sol que alumbrase el poblado. Tampoco el canto de las aves que les ayudaban a despertar. Ni siquiera el clamor de tambores enemigos. Se hizo el silencio. Un silencio que desató el caos. La Tierra despedía humo. El cielo se volvió gris. Todo palideció. Las plantas sucumbieron. Los animales huyeron. El suelo se resquebrajó bajo sus pies. Llantos. Gritos. Los valientes guerreros empuñaron sus puñales, sus arcos y flechas, de nada sirvió. La Tierra estrechó sus tesoros contra el pecho. De nada sirvió.

Los árboles cayeron. Los ríos y mares se tiñeron de negro. El humo remplazaba el cielo. De la nada surgieron montañas metalizadas. Todo se imponía al principio del fin. Lucharon por mantener pura y limpia a su Madre, quien los había traído al mundo, los había alimentado, los había cuidado, los había amado… De nada sirvió. Cayeron en la batalla. Fue su fin, pero también su comienzo, allá arriba. Con nuestros ancestros.

Ahora la Tierra es un eco de lo que en un tiempo fue y jamás volverá a ser.

El final de la vida y el principio de la supervivencia”. Gran Jefe Seattle.

*** 

A continuación os dejo una carta del Gran Jefe Seatle, inspiración del relato. Los grupos ecologistas la han considerado como "la declaración más hermosa y profunda que jamás se haya hecho sobre el medio ambiente". El final de la historia, desgraciadamente fue el exterminio del pueblo… Como el exterminio de millones de pueblos más alrededor de todo el mundo por una sola razón: codicia.

“Carta del Gran Jefe Seattle, de la tribu de los Swamish, a Franklin Pierce Presidente de los  Estados Unidos de América.

 En 1854, el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin  Pierce, hizo una oferta por una gran extensión de tierras en el noreste de los  Estados Unidos, en la que vivían los indios Swaminsh, ofreciendo en  contrapartida crear de una reserva para el pueblo indígena. La respuesta del  Jefe indio Seattle, que trascribimos a continuación, ha sido considerada, a  través del tiempo como uno de los más bellos y profundos manifiestos a  favor de la defensa del medio ambiente.

El Gran Jefe de Washington envió palabra de que desea comprar  nuestra tierra. El Gran Jefe nos envía también palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque sabemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta,  pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco vendrá con sus  armas de fuego y tomara nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington  puede confiar en la palabra del Gran Jefe Seattle, con la misma certeza  que confía en el retorno de las estaciones. Mis palabras son inmutables  como las estrellas del firmamento. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?, esta idea nos parece extraña.

Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua,  ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja  brillante de pino, cada grano de arena de las riberas de los ríos, cada  gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda  y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de  mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo los  recuerdos del hombre piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan la tierra donde nacieron  cuando emprenden su paseo por entre las estrellas, en cambio nuestros  muertos, nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de  nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo, el gran águila, todos son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los húmedos prados, el calor de la piel del potro y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco nos dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir cómodamente. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.

Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua cristalina que escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es solamente agua, sino también la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus hijos que ella es sagrada y que los reflejos misteriosos sobre las aguas claras de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua de los ríos es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan a nuestras canoas y nos dan peces para alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deberán recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por tanto deberéis tratar a los ríos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Tanto le importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera, pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle nada. Roba a la tierra aquello que pertenece a sus hijos y no le importa nada. Tanto la tumba de sus padres como los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra y a su hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos o collares que intercambian por otros objetos. Su hambre insaciable devorará todo lo que hay en la tierra y detrás suyo dejaran tan sólo un desierto.

Yo no entiendo, nuestro modo de vida es muy diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Tal vez sea por que el hombre piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las flores de los árboles en primavera, o el movimiento de las alas de un insecto. Pero quizás también esto se deba a que soy un salvaje que no comprende bien las cosas. El ruido de las ciudades parece insultar los oídos. Y yo me pregunto, ¿ qué tipo de vida tiene el hombre si no puede escuchar el canto solitario del chotacabras, ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un lago?. Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie del lago, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía, o perfumado por la fragancia de los pinos.

El aire es algo precioso para el piel roja, ya que todos los seres comparten el mismo aliento, el animal, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no siente el aire que respira, como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros antepasados el primer soplo de vida, también recibió de ellos su último suspiro. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deberán conservarlas sagradas, como un lugar en donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Queremos considerar su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparo desde el caballo de hierro sin ni tan solo pararlo. Yo soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de hierro pueda importar más que el búfalo al que nosotros solo matamos para poder vivir. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos los animales fuesen exterminados, el hombre también perecería de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra a los animales pronto habrá de ocurrirle también al hombre.
Todas las cosas están relacionadas entre sí. Deben de enseñarle a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros antepasados. Digan a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestro pueblo, a fin de que sepan respetarla. Es necesario que enseñen a sus hijos, lo que nuestros hijos ya saben, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra a la tierra, les ocurrirá también a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo, se están escupiendo así mismos. Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. . Esto es lo que sabemos: todas las cosas están ligadas como la sangre que une a una familia. El sufrimiento de la tierra se convertirá en sufrimiento para los hijos de la tierra. El hombre no ha tejido la red que es la vida, solo es un hilo más de la trama. Lo que hace con la trama se lo está haciendo a sí mismo.

Nuestros hijos han visto como sus padres eran humillados mientras defendían su tierra. Nuestros guerreros han sentido vergüenza, y ahora pasan sus días ociosos, mientras contaminan sus cuerpos con comida dulce y agua de fuego. Importa poco donde pasaremos el resto de nuestros días, no son demasiados. Unas pocas horas, unos pocos inviernos y ninguno de los descendientes de las grandes tribus que alguna vez vivieron sobre esta Tierra, estarán aquí para lamentarse sobre las tumbas de una gente que un día tuvo poder y esperanza. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, quedará exento del destino común. Quizás seamos hermanos a pesar de todo, ya se verá algún día. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco tal vez descubra algún día, el Dios nuestro y el de ustedes es el mismo Dios. Ustedes creen que Dios les pertenece, de la misma manera que desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre los pieles rojas y los caras pálidas.

Esta tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su Creador y se provocaría su irá. También los blancos se extinguirán, quizás antes que todas las otras tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios desechos. Ustedes caminan hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se impregnan los rincones secretos de los densos bosques con el olor de tantos hombres y se obstruye la visión del paisaje de las verdes colinas con un enjambre de alambres de hablar.

¿Dónde está el matorral? Desapareció.
¿Dónde está el águila? Desapareció.

Es el final de la vida y el inicio de la supervivencia.”



Disco "Karu manta: White Buffalo Spirits"


*Mi canción favorita del disco corresponde con el minuto 9,13.  Espero que os guste.


3 comentarios

  1. Hola! Soy nueva en tu blog, tienes una nueva seguidora y he leido este relato varias veces por que esta muy bien escrito por lo que tengo una pregunta,¿ lo has escrito tu?

    Me pasare desde ahora mas a menudo por tu blog^^ Un saludo desde paginasysonrisas.blogspot.com

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    1. ¡Holaa!
      Sí, tengo este blog para publicar lo que escribo ^^ así que me hace muchísima ilusión cuando a la gente os gustan mis relatos :D
      Muchas gracias ^^
      ¡Un besooo!

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  2. hola,
    que relato mas chulo... me encanta que esten integrados los indios, eran y son de las tribus que mas me han amado la naturaleza

    un saludito

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