PÉTALOS DE MARGARITA IV - FINAL

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Algo más tarde y de la mano, Enrique acompañó a Miguel a ver a su madre. Fue una imagen que le causó mucha impresión. Verla. Conectada a una máquina… Sus rodillas flaquearon y se rompió de nuevo.
-Tranquilo, papá -le dijo Miguel, abrazándolo. -Mamá se pondrá bien.

***

-¿Quién es Manuel?
-Es el nombre que le puse al osito de peluche que me regalaste por mi quinto cumpleaños. ¿Te acuerdas?
-Claro -dijo Enrique emocionado.
-M y M. La abuela nos llama M&M´s. Siempre duermo con él.
-Siempre ha sido muy moderna.
-El primo Luis dice que es muy enrollada.
-Tiene razón -rió su padre.
-¿Dónde has estado todo este tiempo, papá?
-Perdido. Y en casa de la abuela.
-Me gustaría ir de nuevo.
-Está bien.

***

-¿De quién es esa tarta? -Preguntó asombrado Miguel al ver el plato sobre el felpudo.
-Mía, creo.
-¿Quién la ha puesto ahí? -Preguntó extrañado.
Enrique miró hacia la puerta de su vecina y se le ocurrió una idea.
-Miguel, ¿me ayudarías con algo antes de llevarte a casa?
-¡Claro! -Respondió contento.
Hicieron unas pastas y también galletas con M&M´s, el único dulce que Enrique había probado durante esos dos largos años y, antes de llevar a su hijo a casa,  dejaron el plato de pastas sobre el felpudo de Abigaíl junto con una nota que ponía:

Muchas gracias por todo.

Miguel no lo comprendió, pero le pareció muy divertido jugar con su padre a llamar a un timbre y bajar las escaleras corriendo para evitar ser descubiertos. Abigaíl abrió la puerta, extrañada, y vio aquel regalo, que en realidad era una disculpa y sonrió. Escuchó a un padre reír con su hijo y, mirando al cielo, asintió.

***

Al día siguiente, mientras Miguel estaba en clase, Enrique fue de nuevo al hospital, a ver a su mujer, aunque no estaba sola.
-Vaya… por fin te dignas a aparecer…
Enrique supo que no era un reproche porque su suegra le estaba sonriendo.
-Ya pareces hasta una persona. Tendrías que haber visto qué pintas has llevado todo este tiempo.
-¿Nos espiabas por la ventana? -Preguntó, divertido.
-Sí.
-Hiciste bien. Has educado bien a Miguel… -dijo con dificultad. -Si hubiera sido por mí…
No pudo terminar la frase y unos brazos ya le estaban consolando.
-Lo siento mucho… -lloró.
-Ya está… tranquilo -le alentó mientras le acunaba. -Te echábamos de menos, pero sabía que tarde o temprano volverías.

***

Enrique colocó el ramo de margaritas en una mesa de la habitación. Un remolino de emociones subía y bajaba por sus venas como una montaña rusa.
-Espero que ahora te hagas cargo de él. Ya me he comido el marrón mucho tiempo ¿no crees? Es como lo dicen los jóvenes, ¿verdad?
-Estás completamente al día, Margarita, como siempre -rieron. -Yo también te he echado de menos. Dime, ¿cómo lo ha pasado?
-Lo asumió desde el principio con una serenidad impropia de un niño de su edad. Él sabía que volverías. Sabía que se todo esto te quedó grande. Le he estado acercando al significado de la culpa, le conté todo sobre el accidente… Sabe que los amas con toda tu alma. Y simplemente te comprendió. Es un niño extraordinario. No es por presumir, pero mi hija siempre lo hizo muy bien. De tal palo…
-Ella… -gimió cogiendo la mano de su mujer.
-Ella sigue aquí. Y Miguel también.
-No podré perdonármelo jamás.
-Todos lo hemos hecho -le dijo apretándole el hombro. -Es hora de que lo hagas tú.
-No me veo capaz… si ella no despierta.
-Ella te necesita. Sabes que lo único que no te perdonaría es que siguieras muerto en vida. Además, sabes perfectamente qué conlleva perder a los padres. No puedes hacerle eso.
-Se fueron demasiado pronto, y ella y Miguel se convirtieron en todo… Y yo…
-Tú no tuviste la culpa.
-Iba demasiado rápido, maldita prisa, malditos relojes, maldito tiempo… maldita espera.
-Aún así sabes que no tuviste la culpa. Un accidente puede ocurrirle a cualquiera.
-Pero no a ella…
-Tienes que superarlo, hijo. Tienes que ayudarla a que vuelva con nosotros. No estás solo. Te queremos y estamos contigo -dijo mientras le besaba el pelo. -Bueno, ya es hora de que habléis. Estaré por aquí.
Y todas las palabras acalladas en su interior, simplemente brotaron.

***

Enrique volvió a vivir a su piso, con su hijo. De vez en cuando visitaban a Abigaíl, quien se emocionaba cada vez que les veía juntos de nuevo. Volvió a ser quien un día fue e incluso ascendió en el trabajo pese a las impertinencias y quejas de Adela… quien no le perdonó su actitud de los últimos años. Y por extraño que parezca, el resto de compañeros se alegraron de que estuviera de vuelta. Y no falló un solo día en ir a ver a Marta. Siempre iban los tres, Margarita, Miguel y Enrique a visitarla juntos, aunque el pequeño siempre les pedía cinco minutos a solas con su madre. Nadie sabía qué hacía allí durante ese tiempo, pero salía siempre sonriendo y eso bastaba. Tenían que avivar esa llama de esperanza.

***

Fue una tarde de otoño cuando Miguel salió llorando de la habitación de su madre, nervioso.
-¿Qué ocurre? -Preguntó Margarita preocupada.
-¡Mamá! ¡Mamá!
-Miguel, ¿qué pasa? -Dijo mientras su hijo le empujaba a la habitación.
A Enrique se le desbocó el corazón, su mundo se vino abajo, su cuerpo se paralizó pensando en lo peor…
-Hola… -susurró su mujer, sonriéndole.
Enrique se quedó sin respiración, perplejo.
-¡Ha despertado! ¡Ha despertado! -Gritaba Miguel eufórico.
-Dios mío… -gimió Margarita llevándose las manos a la boca y comenzó a llorar mientras se acercaba y cubría a besos a su hija.
-Enrique… -le llamó.
Enrique seguía allí, de pie, sin reaccionar, negando con la cabeza.
-No tengo nada que perdonarte, cariño -dijo con suavidad. -Te quiero.
En ese momento toda la culpa que había llevado a cuestas desapareció y corrió a abrazar a su mujer. Los cuatro, juntos de nuevo. Un momento repleto de felicidad.

***

-¿Sabes? Aún me asombra la fortaleza que has demostrado todo este tiempo. ¿Cómo has sido tan fuerte, Miguel?
-Fácil. Sabía que mamá se iba a recuperar.
-¿Cómo podías estar tan seguro? Incluso los médicos habían perdido la esperanza.
-Mamá me enseñó el juego de la Margarita. Siempre me quedaba al final en la habitación quitando los pétalos de alguna, preguntándolas si se despertaría, y todas las veces me decían que sí, que mamá volvería a casa. Al igual que sabía que volverías tú.

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