Cuenta la leyenda que hace miles
de años no existían las estaciones. Solo existía el Sol y la lluvia. Pero nadie
conocía el frío invierno ni el calor ardiente del verano.
Las flores coloreaban los campos
y los campesinos colocaban farolillos en los árboles para iluminar los caminos
durante las noches.
En una pequeña aldea nació un bebé.
Un pequeño que cambiaría el curso de las cosas. Un niño fuera de lo común.
***
Inver nació en el seno de una
familia como otra cualquiera. Todos cuidaban de todos. Todos eran felices…
Todos menos Inver. Y a medida que fue creciendo se iba sintiendo más fuera de
lugar.
Le iban dando ciertas
responsabilidades, como acompañar a sus padres a trabajar el campo o cuidar de
los hermanos que iban llegando. Pero Inver no tenía suficiente. Él ansiaba una
vida distinta. Quería ser historia, como aquellas leyendas que contaban de
héroes y dioses. Quería ser recordado.
***
Una noche de luna llena salió a
pasear. Había sido una dura jornada ayudando a su familia e, incluso, a sus
vecinos. Pero sentía un gran vacío en su corazón. Después de diecisiete años realizando
las mismas tareas, la frustración era tan grande que no pudo contener más su
dolor, y comenzó a llorar… Lloró implorando al cielo, a las estrellas y a los
dioses. Pidió una labor por la que se reconociera su valía. Abatido cayó al
suelo, exhausto de su propio llanto. Entonces, de rodillas ante el firmamento, sintió
que una de sus lágrimas le quemaba la piel. Asustado, se frotó la cara. Pero
otra lágrima brotó y ocurrió exactamente lo mismo. Pero no le quemaba como el
fuego. Era una sensación diferente. La tercera vez intentó recoger la gota de
agua y observó cómo se volvía blanca entre sus dedos. Blanca, sólida y
cristalina.
Sin comprender qué le estaba
ocurriendo, observó cómo su piel se volvía igualmente blanquecina. Muy
lentamente acarició con sus manos la hierba y se transformó a su paso. Dejó de
sentir calor, era una sensación muy extraña. Se levantó y se percató de que
todo lo que tocaba se volvía blanco, sólido y cristalino. Miró al cielo y
comenzó a nevar por primera vez en la historia.
Inver heló todo a su paso.
Aquello era completamente nuevo para él. Sintió miedo, pero también esperanza.
Algo estaba cambiando. Se sentía poderoso, habían escuchado sus plegarias. Volvió
a casa feliz a contar a su familia lo que acababa de vivir. Todos dormían. Fue
a abrazar a sus padres pero cuando les tocó…
***
Todos los aldeanos, incluida su
familia, durmieron eternamente desde entonces, cual esculturas de cristal.
Inver jamás se lo perdonó. Sus deseos se habían cumplido, pero su propio poder
le había arrebatado todo lo que tenía.
Aquella noche lo perdió todo, y
ganó una importante tarea. Los dioses le bautizaron con el nombre de “Inverno”
y fue el momento en el que el frío invadió la Tierra. El inicio de las estaciones.
***
Cuenta la leyenda que Inverno no
supo controlar su tristeza y que heló su propio corazón. Se dice que, cuando
termina el invierno, vuelve a su aldea, a su cementerio de cristal, y vela el
sueño de su familia.
Ohhhh un Rey Midas de nieve... me encanta.
ResponderEliminarun bes💕
Un relato estupendo, Sarah. Como bien señalan arriba: otro Rey Midas, y que paga también un alto precio, por ver cumplidos sus sueños.
ResponderEliminarSiento no venir por aquí más a menudo, pero es que no me llegan los avisos de tus nuevas publicaciones a mi lista de lectura de Blogger.
Un besazo enorme.
#CdC (Cadena de comentarios).
¡Hola! ¡Pues qué faena! Lo tendré que mirar :S
Eliminar¡Muchas gracias por avisar guapa!