RELATO | MOSQUITA MUERTA




El otro día, al llegar a casa, encontré a mi hija llorando en su cama. Como padre, antes siquiera de preguntar, ya se me había partido el corazón. Me acerqué despacio y, acariciando su rostro, le susurré:
—Cariño, ¿qué ha pasado?
Con lágrimas recorriendo sus mejillas y la voz entrecortada ella contestó a duras penas.
—Hoy me han llamado “mosquita muerta”.
En ese momento, y como es de imaginar, una ira me inundó.
—¿Sabes por qué te han llamado eso? —pregunté, procurando permanecer lo más sereno posible.
—Virginia me estaba molestando desde hace días. Hoy me ha dicho algo muy feo. Hoy sí que me han dolido sus palabras. Hoy sí ha sido demasiado cruel. Así que, en vez de ignorarla, como siempre, le he plantado cara, porque creo que no merecía que me dijera esas cosas. Entonces se ha enfadado y me ha llamado mosquita muerta.
—Cariño, ¿sabes qué? Algunas personas no entienden que a cualquier ser humano que pinchen, puede sangrar. Todo el mundo tiene un límite. Hay personas que ante las malas palabras, ladran y hay otras que simplemente siguen a sus cosas porque no le dan importancia. Pero tanto unas como otras, son iguales. Tan solo se diferencian en cómo afrontan una situación, teniendo en cuenta la infinidad de factores que intervienen en una circunstancia concreta y que no están en sus manos. Hasta la persona más buena y dulce del planeta tiene un límite. Porque muchos, créeme, muchísimos piensan que el no gritar significa ser débil. Pero eso no es cierto. A veces el más fuerte es el que es capaz de alejarse, el que sabe controlar sus emociones, el que sabe mirar más allá de una situación complicada, de lo tangible en ese preciso momento. Esas personas pueden creerte débil, frágil, que no dices lo que piensas o vete a saber qué sandeces. Y eso es porque no han sabido escucharte, ni mirarte, porque no han visto el fuego de tu mirada ni la leona que sacas cuando crees que ha de salir, sobre todo por aquellos a quien amas. Y por eso se meten contigo sin esperar, ingenuos ellos, que puedas estallar. Como cualquiera. Quizás la gente piense, a día de hoy, que no puedes decir palabrotas o subir el tono por tener una voz dulce… ¡Como si tú hubieras escogido la voz que tienes! Es increíble. Hay mucho que cambiar. Muchos pensamientos que no tienen ni pies ni cabeza. Palabras impulsivas que no se paran a pensar medio segundo lo que están diciendo. Deberían cambiar muchas cosas, pero si algo no debe hacerlo, es tu forma de ser. Quizás vivas con esa etiqueta todos tus días. Quizás en muchos de ellos pese cual losa a los hombros y desees con todas tus fuerzas ser de otra manera. Pero por mucho que digan, que juzguen, que rían… no cambies, porque ese sería el mayor error de tu vida. No dejes que personas así proyecten en ti su mal. Quizás este sea el mayor consejo que podré darte como padre. Vives tu vida con paz, pero eso no significa que no tengas carácter. Las personas verán en ti la tranquilidad que tienes contigo y se dividirán en dos grupos: los que se dejen llevar y los que ardan, por incomprensión, por furia, por culpa o por X. Hay muchos que se rinden y que llegan a cambiar debido a esa presión. Así que prométeme que tú no caerás en eso. Prométeme que seguirás siendo siempre una mosquita muerta, una débil, inocente, o cualquier cosa que te llamen. Porque tú seguirás teniendo tu identidad. Sin embargo, ellos están buscando la suya en cada insulto. Prométeme que aunque haya días que duela, seguirás creciendo, fallando, aprendiendo… porque yo estaré a tu lado, siempre, y llevaremos cada ofensa por bandera.

Y tras esa charla, mi hija dejó de llorar. Al menos, en ese momento. Ojalá ella no tenga que transmitirle a sus hijos ni a sus nietos estas palabras. Ojalá.

1 comentario

  1. Ya había tenido la suerte de leerlo un poquito antes de que lo publicaras. Pero no me canso de releerlo, una y otra vez ♥️

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