EL PORCHE



Su pequeña casa estaba abarrotada y eso era algo que la agobiaba.  Había trastos inservibles por todas partes, pero también recuerdos que se negaba a tirar. Demasiado emocional. Cualquier cosa tenía su historia. Era parte de la decoración y de sus memorias. También guardaba un armario lleno de telarañas, vestidos de luto y algún que otro monstruo con el que toma el té de vez en cuando. Sin olvidar su baúl lleno de hojas en blanco y de plumas de los ángeles que igualmente la visitan y amparan en sueños. Y ese cuadro con marco blanco que colgaba de la pared ha dejado una silueta indeleble, un vacío que le recordará siempre lo que perdió aquel diciembre.

Hay días que los destina a hacer limpieza de todo lo que ya ha perdido su valor. Pero nunca se deshace de sus muñecas de trapo repletas de cicatrices y parches, o de las piezas de porcelana llenas de fisuras. Ellas siguen siendo muy valiosas. Con cuidado va depositando en una caja de plata todo lo que ya no merece un lugar y, finalizada la tarea, ve su hogar mucho más despejado, más nítido, más limpio. Aunque hay días que, por muchas plantas que cuida con esmero y que purifican el interior, todo eso no es suficiente. 

Una mañana se despierta temprano y el canto de los pájaros la recuerda que hay algo más ahí fuera. Así que sale a su pequeño porche y respira hondo. Y se sienta en el sillón, contemplando el amanecer. Y escucha el murmullo de los árboles y el fluir del riachuelo. La suave brisa acaricia su pelo y los tenues rayos del sol templan su cuerpo. Pequeños animales la acompañan, la escuchan, la miman… La enseñan a través de sus actos que nunca se pronuncian los suficientes “te quiero”.  Así que se convierten en el inicio, nudo y desenlace de cada conversación. 

Al caer la noche sigue un camino que la lleva al muelle. Allí se sienta, con los dedos de los pies rozando el agua salada y advierte en el cielo a la luna, eterna y enteramente dispuesta a escuchar el sonido que se hace hueco en el silencio. Así, vuelve a ser su confidente, durante horas. El tiempo pasa volando siempre bajo su luz plateada, entre las notas de su canción de cuna. La señora de la noche comienza a alejarse muy a su pesar para dar paso a un nuevo día. La fría pero amable atmósfera va ganando color. Las estrellas dejan caer polvos dorados sobre los campos antes de ocultarse en el cielo. Los astros no dejan nada al azar. 

Ella vuelve caminando hacia su casa y, cuando entra, ésta parece mucho más despejada. Al final, todo vuelve a su lugar. 

“La vida es así, se dice, a veces junta los momentos más sombríos y los más luminosos. Da y quita al mismo tiempo.” Laetitia Colombani. 

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