RETO LITERUP #9 | LAS TRES ROSAS



Reto literup: 52 retos de escritura para 2020.
Reto 9: Escribe un relato que ocurra en la casa de tu infancia.

Como cada miércoles al llegar a casa encontró tres rosas blancas en su felpudo. La tradición había empezado hacía algunos años y el tercer día de la semana ya contaba con su propio ritual. Sin embargo, esta vez las flores estaban acompañadas por una nota que contenía un fragmento escrito con una caligrafía algo torpe y convulsa. Una cita del primer libro que habían compartido. Un miércoles corriente hubiera seguido el esquema ceremonial que se habían encargado de construir con el tiempo, pero ese día era diferente y no se aguantó las ganas. Con las tres rosas, la nota y una sonrisa en el rostro bajó las escaleras emocionada hasta llegar a la puerta que daba al gran jardín comunitario. Siempre le pareció la entrada a otro mundo y en ese momento cruzar el umbral tuvo un tinte más mágico de lo habitual. En aquel universo paralelo no tardó en encontrarlo. El jardinero seguía trabajando su tesoro con devoción, ella siempre admiró esa sensibilidad y esfuerzo. Cuando se percató de su presencia y vio su rostro iluminado no pudo evitar soltar una carcajada, de esas auténticas.
—Al parecer hoy vamos a cambiar las tornas —dijo ella, quien no podía dejar de sonreír.
—Este viejo ya ha tenido demasiadas emociones fuertes por hoy, muchacha.
—Creo que podrá resistir alguna más. Hoy es el día. Y hoy deja que sea yo la anfitriona.
Sabía que estaba nervioso. Lo notaba en el leve temblor de sus manos. Pero leía en su mirada un orgullo que jamás había visto en ninguna otra persona. Subieron al piso de ella, como no era costumbre, y preparó una infusión caliente, tal y como él le había enseñado a preparar. 
Estaba sentado en el sofá, frotándose las manos con nerviosismo. Muy tenso. 
—Estás preparado —le dijo cuando tomó asiento a su lado. —De hecho, ya hace tiempo que lo estás. Pero debías darte cuenta por ti mismo. 
Aquellas palabras parecieron tranquilizarlo, la miró con intensidad y las arrugas que adornaban su mirada parecieron mucho más profundas, se convirtieron en la trinchera de su lucha. Respiró profundo y exhaló tomándose su tiempo. Extendió la mano y ella la estrechó. Y con la que le quedaba libre abrió el libro que tantas ocasiones había deseado recorrer por sí mismo, con su voz como propio coro. Como único sonido que se entremezclara con el eco del paso de las páginas. Comenzó leyendo con dificultad, con inseguridad, se trababa en algunas palabras y comenzaba a irritarse.
—Puedes hacerlo. Ya lo estás haciendo —le animaba ella, apretándole la mano y con los cinco océanos en sus ojos. 
Poco a poco fue ganando confianza, narraba la historia con más soltura y emoción, aunque le seguía costando unir palabras. Pero no había ninguna prisa.
Pocos capítulos más tarde cerró con sumo cuidado la novela y una lágrima resbaló por su mejilla hasta perderse en su barba cana. 
—Gracias —agradeció él, profundamente conmovido por el momento. —Es el mejor regalo que me han hecho nunca. 
—Estaba segura de que lo conseguirías. Y has estado practicando. Te he visto por la ventana —dijo guiñándole un ojo.
—Vaya, vaya… 
Recordaba todas las mañanas que lo había observado intentando interpretar las citas que le escribía, bajo la sombra de alguno de los árboles. Y todos los miércoles por la noche, cuando se las leía en voz alta. Rememoraba el primer día que la había visto con un libro en la mano, la curiosidad con la que lo miró y su gesto cuando ella le relató de qué iba la historia. Su semblante deshecho cuando reconoció que no sabía ni leer ni escribir. Una herida que al fin había cicatrizado.
—Ahora te toca a ti escribirme a mí las citas de los libros que leas. O quizás esas batallitas que me cuentas de tu juventud. Además, percibo que vas a tener una letra muy bonita —aseguró señalando la nota que contenía las primeras palabras que había sido capaz de unir negro sobre blanco.
El jardinero se quedó a cenar y las horas pasaron volando. Pero no importaba porque el tiempo contaba el doble cuando estaban juntos. Se despidieron orgullosos después de que ella hubiera dejado las flores en remojo y él hubiese escogido la primera lectura que leería en solitario.  
—Antes de marcharte —dijo ella en el rellano. —¿Por qué tres? Nunca me lo has dicho.
Él supo a qué se refería.
—Por la única certeza que tenemos. Ya lo entenderás —sonrió antes de desaparecer en las escaleras.
Desde entonces el tercer día de la semana terminaba con tres rosas blancas, una nota escrita y una charla sobre memorias, historias coetáneas y ambiciones hasta la madrugada. 


2 comentarios

  1. Yo este año ni me he apuntado al reto. El año pasado lo hice y no escribí ni un solo texto con sus premisas. Como siempre un texto hermoso y que pone los sentimientos a flor de piel. Sigo pensando que deberías probar a escribir poesía.

    Un abrazo.
    P.D.: vete a saber por qué, pero me ha recordado al Diario de Noah.

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  2. Jaja A mí el año pasado tampoco me fue bien y este voy con bastante retraso, así que veremos.
    Muchas gracias, guapa. Me apunto la sugerencia.
    ¡Un besazo!

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