EL CORAZÓN DE SVETLANA




Era una noche como otra cualquiera. El clamor del gentío se alzaba con cada número y estridentes aplausos rompían el silencio de un sonido sordo cuando, sorprendidos, los espectadores boquiabiertos observaban el peligro de cada acrobacia.

Svetlana había sido la estrella de aquel espectáculo circense desde hacía casi diez años. La mejor trapecista de Rusia. Inmensos carteles con su rostro habían empapelado San Petersburgo, Moscú... e incluso París, Londres, Roma. Aristócratas de todas las partes del mundo viajaban con el único objetivo de verla. Todo el mundo la adoraba. Y todo el mundo dejó de hablar de ella cuando, a causa de un accidente,  estuvo obligada a abandonar prematuramente el circo.

Durante un par de semanas fue noticia en las portadas de los periódicos y protagonista de todas las habladurías. Ramos de flores de toda clase habían ocupado su habitación de hospital e incontables cartas de sus admiradores le habían nublado la vista. Sin embargo, Baran pronto le encontró una sustituta. Irina. De mejillas sonrosadas y tez inmaculada. Con una suave voz que a mujeres, hombres y niños hipnotizaba.

Y, de repente, todos los focos se dirigieron hacia ella, mientras Svetlana caía paulatinamente en el pozo del olvido. Pero así no acabaría su historia. 

***

Antes del número de la fantástica Irina un gran silencio de expectación reinó en la carpa. Su intro musical comenzó a sonar. Largos segundos de espera que preocuparon al público. De pronto, el majestuoso caballo blanco entró en escena y las miradas de desasosiego sonrieron de nuevo, dando la bienvenida con grandes aplausos a la nueva estrella del circo. Sin embargo, cuando los focos cayeron sobre el animal, el desconsuelo y el terror se apoderaron del lugar. El cuerpo de Irina cabalgaba ensangrentado y su cabeza rodaba por la arena, sujeta con una cuerda a uno de los estribos.  

Gritos desesperados inundaron las gradas al ver aquella escena tan atroz. El circo comenzó a deshabitarse. Irina no podría quejarse. Una actuación final que el mundo jamás olvidaría. En el fondo le había hecho un gran favor, pues su carrera mediocre no despuntaría nunca y sería, al igual que ella, sustituida.

Era una noche como otra cualquiera. Olía a césped húmedo y al metal de la sangre. Nadie percibió su presencia. Su momento aún no había terminado. Sabía dónde encontraría a Baran. Aquel hombre al que regaló su corazón. Aquel hombre que la sustituyó del circo y de su vida.

Era una noche como otra cualquiera. Sin embargo, sería la más larga y placentera que jamás había vivido.



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